Soy una chica de 22 años y, como es propio de mi edad, soy una persona enérgica, inquieta, crítica. No me gusta conformarme con lo que tengo, por lo que muchas veces me descubro fantaseando. Sueño, me encanta soñar, e imaginar. Imagino un mundo hoy por hoy ficticio, hecho de pequeños detalles, que son los que realmente importan. Hay muchas cosas que se escapan de mi entendimiento. No comprendo el porqué de altos muros, de guerras simepre absurdas, de enfermedades incurables, de explotación, de marginación, de un mundo gris y marrón. Por eso, en el mundo que a mí me gusta imaginar no cabe nada de esto.
Imagino un mundo con pan para todos. No hace falta que sea especialmente jugoso o que la corteza cruja a cada bocado, sino simplemente que sae pan. Un mundo en el que cada persona pueda satisfacer sus necesidades de alimento, higiene, vestido y educación. Un mundo en el que los países en vías de desarrollo se encuentren, cada vez, un poco menos en vías y más en desarrollo.
Imagino un mundo con risas, juegos y diversión. Un mundo en el que los futuros genios, en el que aquellos que gobernarán el mundo, en el que los que trabajarán por nosotros cuando nuestros huesos ya no nos dejen hacerlo, tengan la infancia que se merecen. Una infancia sin sometimientos, sin esclavitud, sin un trabajo que suplante la educación ni la escolarización. Una vida sana y plena, que a todo niño debería corresponder.
Imagino un mundo en el que cada persona sea libre; donde el sometido gane, por una vez, al opresor. Imagino un mundo en el que cada hombre y mujer es tratado como la persona que es, dejando de lado su ideología, raza, sexo o religión.
En el mundo que yo imagino, las madres sólo tienen que preocuparse por el amor y el cariño que les van a dar a sus hijos, pues el resto de las necesidades están suficientemente cubiertas. No tienen que preocuparse por las condiciones en que nacerán sus hijos, ni por cómo tratarán a sus bebes. Tampoco arriesgarán su vida al dar a luz en un paritorio improvisado y carente de todo tipo de higiene.
Imagino un mundo donde existe la enfermedad, ésta no se puede erradicar, pero donde la ciencia avanza de forma razonable y racional para intentar dominarla lo más posible. E imagino que todo aquel que necesite pueda acudir a un hospital sin preocuparse de cómo pagará más tarde la factura de la operación.
El mundo que yo imagino es justo, pero no sólo esto, también es bonito. Todavía quedan grandes prados y especies inclasificables. Hay animales de vivos colores y plantas en cada esquina. El nivel del mar todavía no ha comenzado a amenazar nuestras costas y nuestros hijos corren libres por la tierra madre.
Imagino un mundo sin barreras. No sólo sin barreras físicas, no sólo esas constituídas por altos muros de cemento que aislan a pueblos enteros de la luz del sol. En el mundo que yo imagino tampoco hay barreras mentales, que son las más difíciles de derribar.
Imagino un mundo en el que nuestras inquietudes, las inquietudes de los jóvenes, son bien dirigidas. Las generaciones pasadas se quejan de que somos pasivos, de que estamos dormidos ante esta sociedad marchita. En el mundo que yo imagino, les demostramos que no sólo ellos son protagonistas de revoluciones, de que no queremos caminar por un suelo plano, que nuestra piel no tiene precio. En el mundo que a mí me gusta imaginar, dejamos de ser personas que estan donde deben estar, salimos fuera y rompemos esas paredes que nos anestesian.
Pero basta ya de imaginar. Como siempre, la teoría es bonita, pero no sirve de nada si no se pone en acción. Ha llegado el tiempo de actuar.
Imagino un mundo con pan para todos. No hace falta que sea especialmente jugoso o que la corteza cruja a cada bocado, sino simplemente que sae pan. Un mundo en el que cada persona pueda satisfacer sus necesidades de alimento, higiene, vestido y educación. Un mundo en el que los países en vías de desarrollo se encuentren, cada vez, un poco menos en vías y más en desarrollo.
Imagino un mundo con risas, juegos y diversión. Un mundo en el que los futuros genios, en el que aquellos que gobernarán el mundo, en el que los que trabajarán por nosotros cuando nuestros huesos ya no nos dejen hacerlo, tengan la infancia que se merecen. Una infancia sin sometimientos, sin esclavitud, sin un trabajo que suplante la educación ni la escolarización. Una vida sana y plena, que a todo niño debería corresponder.
Imagino un mundo en el que cada persona sea libre; donde el sometido gane, por una vez, al opresor. Imagino un mundo en el que cada hombre y mujer es tratado como la persona que es, dejando de lado su ideología, raza, sexo o religión.
En el mundo que yo imagino, las madres sólo tienen que preocuparse por el amor y el cariño que les van a dar a sus hijos, pues el resto de las necesidades están suficientemente cubiertas. No tienen que preocuparse por las condiciones en que nacerán sus hijos, ni por cómo tratarán a sus bebes. Tampoco arriesgarán su vida al dar a luz en un paritorio improvisado y carente de todo tipo de higiene.
Imagino un mundo donde existe la enfermedad, ésta no se puede erradicar, pero donde la ciencia avanza de forma razonable y racional para intentar dominarla lo más posible. E imagino que todo aquel que necesite pueda acudir a un hospital sin preocuparse de cómo pagará más tarde la factura de la operación.
El mundo que yo imagino es justo, pero no sólo esto, también es bonito. Todavía quedan grandes prados y especies inclasificables. Hay animales de vivos colores y plantas en cada esquina. El nivel del mar todavía no ha comenzado a amenazar nuestras costas y nuestros hijos corren libres por la tierra madre.
Imagino un mundo sin barreras. No sólo sin barreras físicas, no sólo esas constituídas por altos muros de cemento que aislan a pueblos enteros de la luz del sol. En el mundo que yo imagino tampoco hay barreras mentales, que son las más difíciles de derribar.
Imagino un mundo en el que nuestras inquietudes, las inquietudes de los jóvenes, son bien dirigidas. Las generaciones pasadas se quejan de que somos pasivos, de que estamos dormidos ante esta sociedad marchita. En el mundo que yo imagino, les demostramos que no sólo ellos son protagonistas de revoluciones, de que no queremos caminar por un suelo plano, que nuestra piel no tiene precio. En el mundo que a mí me gusta imaginar, dejamos de ser personas que estan donde deben estar, salimos fuera y rompemos esas paredes que nos anestesian.
Pero basta ya de imaginar. Como siempre, la teoría es bonita, pero no sirve de nada si no se pone en acción. Ha llegado el tiempo de actuar.
Helena Vizcay
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